10/7/10

Insomnio

En momentos como éste, cuando el amanecer trepidante se arrastra detrás de las ventanas sin que haya conseguido caer en el llamado sueño de los justos, recuerdo aquellas palabras del sabio lujurioso de lengua bífida, Zaratustra, cuando proclamaba: "Afortunados los somnolientos, pues no tardarán en dormirse".

Tengan pues, buenos días... Afortunados hijos de puta.

21/4/10

Lobos con piel de Lobos


El café La Joya está desierto. Me siento en la barra. La única empleada del lugar está junto a la caja registradora mirando embobada una pequeña televisión en blanco y negro. Me mira y se lo piensa dos veces antes de decidirse a atenderme. Pido un café americano. La empleada lo sirve de mala gana y regresa a su cubil junto a la registradora. Perry está retrasado. Enciendo un cigarrillo, lo colocó en el cenicero y miro como se consume. Perry llega quince minutos después. Para entonces las colillas de otros tres cigarrillos acompañan a la primera. Perry lleva al hombro su guitarra y arrastra una maleta con ruedas donde carga todas sus pertenecías terrenas, en su mayoría libros y mapas. Ese es uno de los dos problemas de Perry: nunca viaja ligero. El otro es su marcada tendencia a la violencia. Una vez mató un negro en las Vegas con una cadena de bicicleta, sin motivo, solo por el gusto de hacerlo. Por lo demás es un gran tipo.


Nos saludamos: el tiempo sin vernos amerita un abrazo. Se sienta junto a mí. Pide un sándwich con extra todo y una cerveza de raíz, pero debe conformarse con acompañar la comida con una Coca-Cola. Nos ponemos al día. Me cuenta de sus viajes: me dice que visitó de nuevo Japón, que conoció Río de Janeiro. Me dice que se acostó con putas japonesas y brasileñas. Según cuenta, las putas son una vieja costumbre de cuando fue marino mercante. Yo siempre he pensado que bajo su fachada de matón consumidor de esteroides descansa la semilla de la homosexualidad, esperando únicamente las condiciones para florecer. Él concede esto a medias: dice ser un artista, un poeta.

Luego pasamos a mí. Me pregunta por el trabajo. Me pregunta por Gina. Me sincero. Le digo que las cosas con Gina van mal, que ella ha estado viendo a otro tipo, que no sé qué va a pasar entre nosotros. Me pregunta si Gina se ha acostado con el otro sujeto. Le respondo que no, que es peor que eso, que dice estar enamorada de él. Me mira con condescendencia. Coincide conmigo en que la situación luce bastante jodida. Para entonces Perry ya ha terminado de comer. Saca del bolsillo de su chaqueta un frasco de aspirinas y se mete dos a la boca. Las mastica con calma: las disfruta. Tiene las piernas hechas mierda por un accidente en moto. Los huesos soldaron mal. Dolores intermitentes lo siguen desde entonces. Las aspirinas calman los nervios heridos y lo vuelven funcional. Así es Perry. En el fondo cada parte de él está dañada.
Perry permanece un rato en silencio. Está pensando algo. Luego dice:

- Sabes lo que deberías hacer, ¿eh?- Perry tiene la mirada perdida. Entrecruza los dedos de sus manos y los aprieta unos contra otros - Deberías buscar al tipo y cuando lo encuentres, POW, le das con un bate de beisbol en las rodillas. Sí, debes hacer eso… Pero ese es solo el comiezo. Luego deberías atarle las piernas a la defensa trasera de mi Ford, y conducimos hasta Cozumel- Perry saliva, la idea de la sangre lo pone caliente como gato en celo. Los nudillos de sus dedos están blancos por la presión- Dicen que ahí con 50 pavos puedes tener las mujeres que quieras, hombre. Para cuando lleguemos allá solo arrastrarás unos zapatos ensangrentados. El tipo estará embarrado a lo largo de kilómetros. Sabes, dicen que en el mar de Cozumel hay galeones españoles hundidos, llenos de oro y diamantes, esperando ser encontrados. Eso deberíamos hacer, hombre. Tú, yo, el mar, y todas las mujeres del mundo.

- Vamos Perry, deja eso -respondo. Debo calmarlo antes de que en medio de su frenesí homicida decida degollar a la mesera-. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez, eh, lo que paso en Kansas? ¿No? Te colgaron Perry. La última vez te colgaron. Gracias a eso ahora solo eres un hervidero de gusanos…

Perry me mira fijamente. Sus ojos se vuelven torbellinos de muerte. Siento la presión de su mirada. Me siento mareado, la cabeza me pesa toneladas. El ojo izquierdo de Perry comienza a lagrimear sangre. Primero una gota, después un río completo que mancha el cuello de su camisa. Su boca tiembla. Me parece entrever en el fondo de su garganta el pulsar de miles de moscas revoloteando. El es muerte. El fue muerte. El es un Rey Midas de la necrosis. Por primera vez al mirarlo siento miedo. No un miedo cualquiera, sino un temor reverencial. Perry es una serpiente en un jardín lleno de niños. Perry es la causa y el efecto del pecado. Un lobo con piel de lobo…

Tan intempestivamente como comenzó, todo termina. Perry baja la vista, toma una servilleta y se limpia la mejilla. Luego, con una voz vibrante y jovial, se excusa y se dirige al sanitario.


Apenas desaparece de mi vista llamó a la mesera y pago la cuenta, solo la mía. Luego tomo la guitarra de Perry y sin mirar atrás, me voy de La Joya, pensando en que debo escoger mejor a mis amigos.